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Dónde estuvo la bandera robada

por Alejandra Matus

Dónde estuvo la bandera robada

Iniciada en 1978 la «Operación Retorno», en la que el MIR ingresó clandestinamente a Chile a militantes con instrucción militar, el grupo armado decidió dar un golpe comunicacional para desafiar a la dictadura y robó la bandera en la que se juró la independencia de Chile. El hecho se abordó en el segundo capítulo de Los archivos del cardenal. Durante veintitrés años el emblema patrio permaneció oculto, hasta que, en 2003, Andrés Pascal Allende gestionó su devolución. Aquí el alto dirigente del MIR revela la historia clandestina de la bandera.

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a bandera de seda sobre la cual se juró la independencia de Chile en 1818 reposa hoy en una cámara oculta al público en el Museo Histórico Nacional. En la sala Idea de Libertad, los visitantes pueden apreciar solo una réplica. Probablemente se trate de una medida de seguridad en respuesta a lo sucedido el 30 de marzo de 1980, cuando un comando del MIR robó el emblema y lo mantuvo oculto por veintitrés años.

Andrés Pascal Allende, ex secretario general del MIR y hoy vicerrector de planificación en la Universidad Arcis, recuerda que el movimiento fundado por Miguel Enríquez fue duramente golpeado durante los primeros años de la dictadura y que, hasta 1977, la tarea de los dirigentes fue preocuparse por la seguridad de los militantes sobrevivientes. Pero en 1978 comienza la «Operación Retorno», con el regreso clandestino del propio Pascal Allende a Chile, y el MIR decide pasar a la ofensiva con la creación de dos grupos de resistencia armada: la Fuerza Central, integrada principalmente por cuadros con instrucción militar en el extranjero y con capacidad para emprender acciones armadas, y las Milicias de Resistencia Popular, cuya función era realizar acciones propagandísticas de menor intensidad en el uso de armamento.

Una vez que la estructura clandestina tuvo cierta fortaleza la dirección del MIR comenzó a planear sus primeras acciones.

«Buscábamos una acción simbólica. Un acto de presencia que dijera: aquí estamos nuevamente», relata Pascal Allende. Entonces se decidió «recuperar» la bandera de la Independencia, es decir, robarla desde el Museo Histórico. «Pensamos hacerlo para transmitir el mensaje de que Chile no era libre, ni democrático. Nos propusimos guardarla hasta que tuviéramos soberanía popular. El museo estaba en plena Plaza de Armas y si lográbamos nuestro objetivo sería como tomarle el pelo a la dictadura», agrega el ex dirigente del MIR, a treinta y un años de concretada la acción.

Sin romper un vidrio
La operación se le encargó a un grupo de milicianos, bautizados Comando Javiera Carrera, quienes comenzaron a hacer un estudio de su objetivo, visitando el museo para conocer sus rutinas y medidas de seguridad. Pensaban que debían prepararse para enfrentar a los guardias y a los carabineros que custodiaban fuertemente el sector, pero en una de las visitas se dieron cuenta de que la sala donde se exhibía la bandera estaba sola.

El investigador del Centro de Estudios Públicos Cristián Pérez, autor de la historia del MIR Si quieren guerra, guerra tendrán, afirma que en la tarea participaron cuatro hombres, de los cuales dos ingresaron al museo. Eduardo Arancibia, uno de los miristas que participó en la acción, reveló en un documental de TVN sobre la restauración de la bandera que subió al segundo piso en pleno día; invadido por la emoción y el miedo, tocó la cubierta de vidrio de la vitrina en que yacía el emblema y descubrió con sorpresa que se deslizaba y se abría. «Se dio fácil», dijo. «Me la guardé en el cuerpo, me cubrí con una especie de parca o chaqueta y nos fuimos caminando, aparentemente tranquilos».

«Algunos días después yo recibí la bandera en la casa de seguridad donde me encontraba», agrega Pascal Allende, por entonces uno de los hombres más buscados por los organismos represivos. «Iba metida en un barretín, no recuerdo que se usó, pero iba oculta. La extendí sobre la cama y sentí cierta emoción de pensar que era la bandera de la Independencia de Chile. También me di cuenta de que nos habíamos metido en un lío, porque la bandera había que cuidarla».

Las primeras informaciones de la prensa atribuían la acción a un loco, «un sicópata coleccionista enfermizo», al que la policía prometía encontrar gracias a sus huellas dactilares. También se encargó a la Interpol la búsqueda del emblema en países extranjeros.

El MIR demoró algunos días en reivindicar la acción.

Una semana después de cometido el robo, a través de la «Agencia Informativa de la Resistencia», el Comando Javiera Carrera se lo atribuyó. Para no dejar dudas, adjuntaron la foto de un miliciano, con el rostro cubierto, posando junto a la bandera colgada horizontalmente a su espalda. La imagen fue publicada en La Tercera del 8 del abril de 1980. Pero, hasta entonces, el MIR no aparecía directamente como responsable.

Horas después, en el vespertino La Segunda del mismo día, la relación del grupo armado con el robo quedó más nítida. Nuevamente a través de la Agencia el diario recibió un comunicado de las Milicias de Resistencia Popular. Pero lo decidor fue que estaba escrito y firmado de puño y letra por Andrés Pascal Allende.

En el artículo de La Tercera, el subdirector del Museo Histórico Nacional, Andrés Pinto, confirmaba la autenticidad del emblema patrio. Y se quejaba, también, porque aparecía «enchinchado» en un muro, cuestión que ya provocaba un daño en la seda.

En el MIR estaban conscientes de que la mantención sería un problema adicional. Después de la fotografía, la bandera se dobló y se ocultó en una maleta con doble fondo. «Nos preocupamos porque no sabíamos qué cuidados debíamos tener con ella. Escribimos una carta a El Mercurio, pidiendo derechamente al director del museo que nos dijera qué hacer –cuenta Pascal Allende–. Él nos respondió, a través de la prensa, que tenía que estar en un lugar seco, frío, no expuesta a la luz y extendida».

En efecto, en los noticiarios del entonces Canal 7, el subdirector Pinto explicó que la bandera debía guardarse aislada del polvo y la luz, y estirada. «Lo fundamental es que esté horizontal, para que no trabaje la tela», dijo.

En la clandestinidad, el MIR tomó nota. «Nos dimos cuenta de que nuestro barretín no cumplía con ninguna de esas condiciones y buscamos personas que, sin relación con el MIR, se hicieran cargo del cuidado de la bandera», relata Pascal Allende, quien era el secretario general del MIR en el exterior pero de tanto en tanto entraba en forma clandestina al país.

El 12 de abril, los servicios de seguridad capturaron en pleno centro de Santiago a Ricardo de la Riva, un orientador de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Lo torturaron y lo acusaron de haber sido el chofer que condujo a Andrés Pascal, quien, según la versión de la Central Nacional de Informaciones (CNI), habría robado personalmente la bandera, cuestión que él niega. De la Riva, en cambio, no desmintió su participación en los hechos («Fue un gran cartel ser el chofer de Pascal Allende y ser parte del robo de la bandera», dijo en una entrevista en 2003), pero lo cierto es que el grupo fue dirigido por Charles Ramiro Calderón, «el Beño», quien fue abatido un año después en un asalto a una sucursal del Banco de Chile, en Manquehue. Otros integrantes del comando murieron también años más tarde en otras acciones, o en falsos enfrentamientos.

Pascal Allende se reserva el nombre de las personas que cuidaron el emblema, pero asegura que con el transcurso del tiempo pasó a manos nuevas. «Nunca la perdí de vista ni me desentendí del compromiso de cuidarla», afirma. «Se ha dicho que la bandera estaba en mal estado cuando la devolvimos, pero debo decir que, dentro de las condiciones en que nos encontrábamos, siempre nos esmeramos en su preservación. De lo contrario se hubiera deshecho. Cuando yo la recibí, ya venía con los hilos sueltos y los colores desteñidos. El rojo era más bien amarillo, y el azul, celeste pálido. Sin revelar quién la cuidó, puedo decir que la mayor parte del tiempo estuvo en manos de un museólogo».

Aferrándose a lo que queda del mito, Pascal Allende declina revelar si la bandera salió alguna vez de Chile. «Hay gente que dice que estuvo en Nicaragua y otras revoluciones. Anda a saber tú», dice sonriendo.

Las dudas de Pascal
En 1990 la dictadura había terminado pero a los ojos de Andrés Pascal, quien continuaba impedido de regresar legalmente a Chile, «el gobierno civil de la Concertación» no podía calificarse de democrático, ni sustentado en la soberanía popular, y por lo tanto a su juicio no se cumplían las condiciones para devolver la bandera.

«Se me hacía cuesta arriba entregarle la bandera a Patricio Aylwin, instigador del golpe. Tampoco los siguientes presidentes me provocaban mucho entusiasmo», continúa.

Pero, con el paso del tiempo, Pascal comenzó a dudar: «Me preguntaba hasta cuándo íbamos a tener escondida la bandera. Es un símbolo nacional y las causas que motivaron su recuperación ya no existen, me decía. Yo ya había vuelto a Chile y me preguntaba qué hacer». Encontró la respuesta en 2003, en la angustia de los familiares de los detenidos desaparecidos del MIR, quienes reclamaban que, a pesar de la creación de la Mesa de Diálogo en 2000 y el trabajo de otras iniciativas, la información proporcionada por las Fuerzas Armadas sobre los casi seiscientos desaparecidos de esa colectividad era prácticamente nula. En ese contexto, se propusieron hacer una campaña para lograr atención pública sobre sus familiares.

«Entonces me acordé de la bandera», dice Pascal Allende. «El gobierno de Ricardo Lagos no era aquel al que me hubiera gustado devolvérsela, pero también me preguntaba hasta cuándo tenía sentido seguirla guardando. Pensaba que los jóvenes que iban de visita al museo tenían derecho a conocer toda su historia. Por otro lado, seguir con ella era una gran responsabilidad. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Destruirla? Eso estaba fuera de discusión, porque para nosotros su existencia también era un símbolo muy importante».

Pascal reveló a los familiares de los desaparecidos que él tenía acceso a la bandera y les propuso que, si ellos estaban de acuerdo, podrían devolverla y usar el momento para atraer atención sobre su demanda. «Ellos tomaron la decisión. Así, las nuevas generaciones podrían visitar este símbolo, conocer la acción que tomamos, y entender por qué estuvo en nuestro poder todo ese tiempo», dice.

Un acuerdo trunco
Andrés Pascal decidió que la mejor forma de cumplir su cometido era en acuerdo con la entonces directora del Museo Histórico Nacional, Bárbara de Vos Eyzaguirre.

El ex secretario general del MIR, quien mantiene la desconfianza propia de quien tuvo una vida clandestina, hizo averiguaciones sobre ella. «Me enteré de que era una persona honorable, preocupada por los bienes nacionales. Yo sabía que iba a priorizar la recuperación de la bandera por sobre cualquier acto de persecución, que a esa altura no tendría ningún sentido», revela.

Contando con que la mujer no intentaría llevarlo a tribunales, Pascal se presentó un día en su oficina y le informó sobre sus intenciones. «Tuvimos una conversación amable. Le planteé que tendríamos la voluntad de devolver la bandera, con la condición de que fuera exhibida acompañada de un relato que incluyera tanto sus orígenes como la acción que tomamos».
La funcionaria accedió y fijó una fecha de entrega. En la víspera del día acordado, Pascal Allende recuperó la bandera.

«Me la entregaron en un estacionamiento en Providencia. Yo llegué un poco antes de la hora fijada. La persona que la tenía en su poder se estacionó a mi lado y me la pasó envuelta en un papel especial. Yo le agradecí el cuidado con que la había preservado por tanto tiempo», relata el ex dirigente del MIR, quien llevó la bandera a una casa que estaba cerca del Parque Juan XXIII, en Ñuñoa.

«Contacté a un grupo de jóvenes ligados a la cultura mirista y les pedí que hicieran la entrega formal a dos madres de detenidos desaparecidos. Otros compañeros pasaron a buscar a Edita Salvadores y Luz Encina, y las llevaron al parque. El momento lo filmó Carmen Castillo, porque queríamos hacerlo con cierta ceremonia».

El pabellón fue envuelto en una bandera del MIR, confeccionada para la ocasión, y así lo llevaron las mujeres hasta el Museo Histórico Nacional, donde se congregaron periodistas, familiares de víctimas de violaciones a los derechos humanos, la directora y el personal del museo. Las mujeres entraron e hicieron una alocución explicando que devolvían la bandera con la demanda de verdad y justicia para sus familiares. Pidieron que, así como el Estado había proporcionado los medios para secuestrar a las víctimas y arrojarlas al mar, como se había afirmado en la Mesa de Diálogo, ahora «también el Estado ponga los recursos» para una investigación judicial completa, incluyendo el pago de misiones submarinas para buscar sus restos.

La bandera de la Independencia estuvo expuesta al público durante veinte días y luego fue retirada para someterla a un delicado y paciente proceso de restauración, al final del cual se guardó en la bóveda aislada donde aún permanece. Junto a la vitrina en la que se exhibe su réplica hay una placa que recuerda su historia. Sin embargo, nada dice sobre los veintitrés años en que estuvo en manos del MIR.


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