Foto: Museo de la Memoria
Antes de regresar a Chile clandestino y liderar el atentado contra Pinochet en el Cajón del Maipo, José Joaquín Valenzuela Levi estudió marxismo leninismo en Alemania Oriental, se graduó como oficial de Infantería en Bulgaria, sirvió en las fuerzas armadas cubanas y combatió a la guerrilla en Nicaragua. El comandante “Ernesto”, uno de los mejores combatientes del FPMR, estaba seguro que moriría en la cuesta Achupallas la tarde en que tuvo al dictador en la mira de su lanzacohetes. Pero encontró la muerte un año, dos meses y 21 días después, a manos de la CNI, como una de las doce víctimas de la “Operación Albania”.
Por Andrea Insunza y Javier Ortega
–Mamá, vi al tío Rodrigo.
–¿Qué tío Rodrigo?
–El tío Rodrigo, pues mamá. El papá de mi hermano –respondió la niña, muy segura, a pesar de que todavía no cumplía ocho años.
–¿Y dónde fue que lo viste? –inquirió su mamá, tratando disimular la sorpresa.
–A la salida del jardín. Era él, estoy segura, con sus bigotes y rulitos. Lo seguí, pero se me perdió.
La médico cirujana Avelina Cisternas sabía que su hija no mentía. “Rodrigo”, su ex pareja y padre de su hijo más pequeño, había regresado clandestinamente a Chile. Era mediados de los ‘80 y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) estaba apostando todas sus fuerzas en derrocar a Pinochet en 1986, el llamado “Año Decisivo”. A pesar de los peligros y de su sentido de la disciplina, “Rodrigo” no había aguantado los deseos de ver furtivamente a su pequeño, a la salida del establecimiento educacional donde asistía junto a una hermana mayor.
El verdadero nombre de “Rodrigo” era José Joaquín Valenzuela Levi, uno de los combatientes más brillantes y mejor preparados del FPMR, el aparato armado del PC. Su hoja de vida así lo avalaba. Se había formado políticamente en una escuela de cuadros en Alemania Oriental, tras lo cual se graduó como oficial de infantería en la Escuela Militar del Ejército Popular de Bulgaria. En Cuba había sido uno de los fundadores del Frente y tuvo su bautismo de fuego en la Nicaragua sandinista.
“Rodrigo” había ingresado clandestinamente a Chile a fines de 1984, para combatir a la dictadura. Adoptó una nueva chapa o nombre político: “Ernesto”. Poco más de un año después, el PC lo designó líder de la operación más ambiciosa del FPMR: el atentado contra la comitiva presidencial de Augusto Pinochet en el Cajón del Maipo. Tras el fracaso de la emboscada, se mantuvo en el país, como encargado de las escuelas clandestinas rodriguistas. Pese a los tropiezos, la lucha debía continuar.
La CNI comenzó a seguirle los pasos en los primeros meses de 1987. Cuando sus agentes lo asesinaron, en el marco de la “Operación Albania”, llevaba una identidad falsa. Solo tiempo después los hombres de Álvaro Corbalán cayeron en la cuenta que habían ultimado al comandante “Ernesto”, líder del grupo que se atrevió a disparar contra Pinochet.
Los “jóvenes salmones”
Antes de “Rodrigo” y “Ernesto” le decían “Pepo”. Era hijo de una familia de clase acomodada, de padres profesionales exitosos. Lo matricularon en el exclusivo colegio Nido de Aguilas, en el sector oriente de Santiago. No obstante, desde pequeño su madre, la reconocida geóloga Beatriz Levi, le inculcó ideas cercanas al PC, donde ella militaba.
El papá, el ingeniero en minas José Valenzuela, se había separado de Beatriz tiempo después de que nació su hijo. Aunque era independiente, simpatizaba con la izquierda.
José Joaquín y su madre salieron al exilio poco después del golpe, cuando él tenía 14 años. Luego de un corto paso por Costa Rica, se establecieron en Suecia. En ese país nórdico la comunidad de exiliados chilenos era activa y numerosa, muy preocupada de lo que ocurría al interior del país. “Pepo” comenzó a militar en las Juventudes Comunistas. Era autoexigente y disciplinado, más que un militante promedio.
En 1975 fue aceptado en Wilhelm Pieck, una escuela de cuadros en las afueras de Berlín Oriental, en la República Democrática Alemana. En ese centro de formación política, una imponente construcción entre los espesos bosques de Wandlitz, compartió con jóvenes de izquierda de varios países, especialmente con comunistas chilenos venidos “del interior”, como se llamaba a los militantes que lograban salir de Chile de manera clandestina. Eran los “jóvenes salmones”, como también les decían, pues luego de ese largo periplo debían remontar la corriente y volver secretamente a su lugar de origen, para contribuir a la lucha antidictatorial.
A Valenzuela Levi le decían “Ricitos”, por su pelo rubio y crespo, además de su simpatía.
Las noticias que traían los “del interior” no eran alentadoras. En Chile la dictadura controlaba el país sin contrapesos, gracias al implacable puño de hierro de la DINA. Las cúpulas del MIR y el Partido Socialista habían sido diezmadas sin piedad en 1974 y 1975, respectivamente. Un año después, en 1976, vendría el turno de los comunistas: los organismos represivos harían desaparecer a dos direcciones clandestinas completas.
Las muertes y desapariciones calaron hondo entre los viejos dirigentes del PC en el exilio, que comenzaron a elaborar un diagnóstico para revertir la tragedia. Una tesis terminó por imponerse: para hacer frente a Pinochet había que recurrir a las más diversas formas de lucha, incluyendo entre ellas el componente militar. El PC, una colectividad históricamente legalista y enfocada a la lucha electoral, comenzó a dar su más brusco giro estratégico. La adopción de la llamada “vía insurreccional” marcaría años después el surgimiento del FPMR.
En septiembre de 1977, el ex diputado comunista Gilberto Canales se reunió en Suecia con varios jóvenes comunistas hijos de exiliados. Les propuso ingresar a la Escuela Militar de la República Socialista de Bulgaria, que ofrecía 30 plazas a chilenos, para formarse durante cinco años como oficiales de tropas generales. Varios aceptaron. Uno de ellos era Valenzuela Levi. Tenía 19 años.
En el FPMR este contingente llegaría a ser conocido como los “búlgaros”. Gracias a su formación militar profesional superior al promedio del resto de los combatientes, serían considerados una suerte de cuerpo de comandos del aparato militar del PC.
Pese a que era el más joven del grupo, Valenzuela Levi se transformó en su líder natural. Además de su carisma, destacaba por su inteligencia. Era especialmente hábil en matemáticas. Un cercano recuerda que hizo un trato con un compañero de armas, otro chileno cuyo fuerte eran las artes marciales y la lucha cuerpo a cuerpo. “Tú me enseñas matemáticas y yo te preparo físicamente”, fue la propuesta, que Valenzuela aceptó encantado.
El largo retorno a Chile
Los 30 chilenos en Bulgaria no eran los únicos comunistas criollos que se formaban militarmente en países de la órbita soviética. El 16 de abril de 1975 otro contingente había ingresado en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, en La Habana, Cuba, gracias a una personal invitación que Fidel Castro hizo al PC chileno un año antes. Se trataba de una treintena de estudiantes de medicina que había llegado a la isla a cursar esa carrera antes del golpe, y que abrazaron la carrera militar ante los apremiantes sucesos de Chile. Luego de hacer un curso de superación de oficiales, serían el germen del FPMR.
Cuando en 1981 los “búlgaros” egresaron, el ex senador comunista Orlando Millas les pidió que se integraran al dispositivo militar del PC en Cuba. Trece de los treinta oficiales aceptaron, entre ellos Valenzuela Levi, oficial del arma de Infantería. “A los que íbamos, Millas se comprometió a facilitarnos los trámites de inmigración. A los que se quedaron les advirtió que no podrían salir de Bulgaria, para evitar filtraciones”, relata uno de los que aceptó.
En La Habana Valenzuela Levi y otros “búlgaros” llegaron a trabajar como instructores del Ejército cubano. Adoptó el nombre de “Rodrigo”. Cierta vez le pidieron elaborar un informe de inteligencia sobre el Ejército chileno. Materia de absoluta reserva. Luego de trabajar varios días, entregó un voluminoso y completo trabajo. “Era el mejor oficial del grupo”, resume un ex compañero de armas.
A pesar de su disciplina y compromiso político, a algunos les llamaba la atención que, además del búlgaro, hablara fluidamente el inglés y le gustara la música country de Estados Unidos. Cuando niño había vivido con su madre por un tiempo en ese país, que para los cubanos comprometidos con la revolución era el odiado “Imperio”. Por una canción en inglés que tarareaba sus amigos le decían “California”.
Aunque sus más cercanos eran “búlgaros”, compartía a menudo en reuniones y fiestas con el resto de los chilenos militares en la isla, cuyo líder era Galvarino Apablaza, alias “Salvador”, oficial de artillería y miembro del comité central del PC.
En este ambiente de camaradería Valenzuela Levi se enamoró de una médico militar chilena, Avelina Cisternas, también militante comunista, quien había sido parte del grupo de estudiantes de medicina que llegó a la isla antes del golpe y que luego se hicieron oficiales. La pareja se estableció en un complejo de departamentos en El Alamar, al este de La Habana, donde vivían varios otros chilenos exiliados.
En mayo de 1983, cuando Avelina estaba embarazada, el oficial partió a luchar a Nicaragua, donde el gobierno sandinista enfrentaba a la guerrilla Contra financiada por Estados Unidos. Junto a otros chilenos se integró los Batallones de Lucha Irregular (BLI), unidades de infantería móviles que fueron desplegadas en las regiones más agrestes de ese país, para combatir a la insurgencia. Seis BLI tenían entre sus filas a oficiales chilenos. Asignado como instructor en el Frente Norte, “Rodrigo” tuvo su bautismo en combate. Sus compañeros venidos de Cuba comentaban con orgullo que los superaba a todos en resistencia, incluyendo al fornido militar cubano a cargo del entrenamiento físico.
Además, se enamoró de una nicaragüense y rompió su matrimonio con Avelina. Cuando el partido le prohibió trasladar a su nueva esposa a La Habana tras su paso por Nicaragua, estuvo a punto de renunciar a su carrera y a su militancia.
El PC tuvo que ceder. En Chile los acontecimientos se estaban precipitando. Desde mediados de 1983 una serie de protestas callejeras desafiaban al régimen de Pinochet y la oposición política –tímida hasta entonces- buscaba ahora liderar el creciente descontento. Las condiciones favorables para la “vía insurreccional” del PC parecían estar a punto de ebullir. Había que hacer algo y rápido.
Una noche de diciembre de ese mismo año la voladora de varias torres de alta tensión dejó a la zona central de Chile en penumbras. Era el debut oficial del FPMR.
En La Habana varios oficiales chilenos comenzaron a prepararse para el ansiado retorno. La frase “vámonos a Chile” se hizo apremiante. Valenzuela Levi era uno de los más entusiasmados con la idea.
Un cohete para Pinochet
Desde el lugar donde vio venir a la comitiva de Pinochet Valenzuela Levi no era “Pepo” ni “Rodrigo”. Era “Ernesto”, el comandante del FPMR a cargo de la emboscada de aniquilamiento contra el dictador. Eran pasadas las 18.40 del domingo 7 de septiembre de 1986, se hallaba observando desde la ladera de un cerro frente a la cuesta Achupallas, en el Cajón del Maipo, y fue el primero en advertir el grupo de vehículos donde venía el capitán general.
Los 21 frentistas se ubicaron en sus puestos de combate. Todos, su líder incluido, estaban seguros de que morirían esa tarde.
Pinochet regresaba a Santiago en el primero de los dos Mercedes Benz blindados de la comitiva, junto a un nieto de 10 años. Delante suyo iba un Opala de la escolta, que debió frenar bruscamente cuando una camioneta con remolque de los frentistas les cerró el paso. Según el libro Los fusileros, del periodista Cristóbal Peña, “Ernesto” tuvo por unos instantes el auto del dictador en la mira de su lanzacohetes Law: “El jefe de la Operación Siglo XX no dudó en percutir el gatillo. Clic. El cohete siguió donde mismo. Clic, clic. Recién cuando lo estaba bajando para volver a estirarlo, el cohete Law salió disparado hacia la carretera y explotó en un punto intermedio entre el primer y el segundo vehículo. La batalla había empezado”.
El ataque culminó varios minutos después, con cinco escoltas presidenciales muertos, Pinochet huyendo de vuelta a su residencia de descanso en El Melocotón, a salvo, y los 21 atacantes regresando a Santiago. Por las balizas de sus vehículos y los fusiles a la vista en las ventanillas, Carabineros los confundió con agentes de la CNI y les abrió el paso.
La ex mujer de Valenzuela, Avelina Cisternas, se enteró del atentado en su casa en Ñuñoa, por los extras noticiosos de la televisión. Había llegado a Chile en mayo de 1984, junto al hijo de ambos y a su hija mayor. Sabía que el oficial “búlgaro” estaba clandestino en el país, por el encuentro que le relató su hija afuera del colegio. Pero no lo había visto. No tenía cómo saber que era uno de los protagonistas de la noticia que acababa de estallar en las pantallas, dejando a todo el país en ascuas.
Dos semanas después, Valenzuela Levi se reunió con once de los 21 fusileros que participaron en la emboscada. En la parrillada “Don Lalo”, en Irarrázabal con Campos de Deportes, el comandante “Ernesto” les dio la orden de salir de Chile. Él y los más experimentados se quedaron, incluso después de que la policía capturó a cinco miembros del comando atacante, a fines de octubre de 1986.
Ahora “Rapa Nui”
Para los agentes de la CNI no era “Pepo”, ni “Rodrigo” ni “Ernesto”. Le decían “Rapa Nui”, porque varias veces lo siguieron mientras visitaba cierta calle santiaguina con ese nombre. Corrían los primeros meses de 1987 y los “chanchos” –los frentistas llamaban así a los CNI– no tenían idea de su verdadera identidad, ni que había sido el líder del atentado. Sin embargo, por la calidad de sus contactos en la estructura del FPMR, estaba claro de que se trataba de uno de sus cuadros más importantes.
Gracias a la delación de un mando medio frentista en el sur del país, el aparato represor había logrado rastrear a varios combatientes en Santiago. Para junio de 1987, la CNI seguía sin saber sus identidades. Pero los tenía a todos en la mira, para cuando llegara la orden.
Los rodriguistas estaban en pleno proceso de discusión interna. Luego del descubrimiento del desembarco de armas en Carrizal Bajo y del fracaso del atentado contra Pinochet, el PC había dado la orden de desactivar al FPMR, dejando en suspenso la “vía insurreccional”. Pero varios mandos rodriguistas se negaban a acatar la instrucción. Para ellos, había llegado la hora de independizarse de la colectividad, lo que implicaba convencer a la mayor cantidad de “hermanos”, como se llamaban entre ellos.
En la CNI, el especialista a cargo del FPMR era el capitán de Ejército Krantz Bauer, experto en inteligencia y jefe de la Brigada Azul. Gracias a las labores de seguimiento de sus hombres, no le fue difícil detectar el creciente número de encuentros rodriguistas en la capital. Años después diría a la justicia que había alrededor de “500 componentes profesionales” del Frente en Santiago. Su conclusión fue que preparaban una nueva operación a gran escala, posiblemente otro atentado contra Pinochet.
Bauer alertó a sus superiores. El director de la CNI, el general Hugo Salas Wenzel, ordenó al jefe de la División Antisubversiva de la CNI, mayor Álvaro Corvalán, “neutralizar” a los subversivos, mediante una operación que dejara fuera de combate a su cúpula máxima.
La “Operación Albania” partió en la mañana del 15 de junio de 1987, con el asesinato a sangre fría del frentista Ignacio Recaredo Valenzuela, en Las Condes. Cuando terminó esa jornada otros cuatro rodriguistas estaban ultimados y siete habían sido detenidos con vida. Uno de estos últimos era Valenzuela Levi. El líder “búlgaro” había sido capturado por el capitán Bauer y por el agente Sergio Mateluna a la salida de una reunión, en una casa cerca del paradero 21 de Vicuña Mackenna. Le cayeron por sorpresa y fue reducido sin que tuviera tiempo de resistirse.
Sus captores lo trasladaron hasta los calabozos del cuartel Borgoño de la CNI, ubicado en la ribera norte del río Mapocho. El lugar bullía esa noche, con órdenes a la carrera, telefonazos y preparativos para una nueva operación que se realizaría durante la madrugada.
En un momento, el capitán Bauer pidió que trajeran a Valenzuela Levi a su presencia. Años después, en entrevista para el libro Vidas Revolucionarias del historiador Cristián Pérez, el oficial relataría que lo vio venir “ergido, con dignidad, seguro de sí mismo”. Según esta versión, la conversación fue “de oficial a oficial; de ejércitos, de operaciones a gran escala, de tanques”.
Bauer fue marginado de la siguiente fase de la operación, cuando se negó a llevarla a cabo.
Pasadas las cuatro de la madrugada, una caravana de autos de la CNI salió del cuartel, rumbo a una casa abandonada en calle Pedro Donoso Nº 582, en Conchalí, a pocas cuadras de Recoleta. Adentro de los autos iban los siete frentistas detenidos, con la vista vendada, esposados y descalzos. A cargo del grupo estaba el agente de la CNI Francisco “Gurka” Zúñiga.
Todos fueron asesinados a balazos en distintas habitaciones del inmueble, mientras otros agentes disparaban al aire en la calle, simulando un enfrentamiento. Puesto de rodillas sobre una colchoneta, Valenzuela Levi recibió 16 balazos, siete de ellos en la cabeza. Falleció instantáneamente. Según la sentencia del caso judicial, los que dispararon fueron el capitán Iván Cifuentes Martínez y el suboficial Emilio Neira Donoso.
Francisco “Gurka” Zúñiga remató los siete cuerpos con ráfagas de fusil.
“Ese es su papá”
Esa noche fue una de las más frías del año en Santiago. Avelina Cisternas se había acostado mientras las noticias mencionaban a cinco rodriguistas muertos. En la mañana, cuando se levantó, los caídos habían aumentado a doce. Sintió alivio al no conocer ninguno de los hombres. En ese momento, no obstante, las identidades de las víctimas que manejaba la prensa eran “chapas”.
Cerca de la una de la tarde del día siguiente, cuando iba a buscar a su hijo al jardín, el bíper que llevaba para emergencias médicas comenzó a sonar. En el jardín pidió prestado un teléfono. A través del aparato un conocido le contó que había un 99% de posibilidades que uno de los muertos fuera su ex pareja. “Me puse a llorar. Las tías me trajeron un vasito de agua, me dijeron que me calmara, que estaba el niño. Después llegue acá a la casa y me encerré en el segundo piso. Mi mamá, que estaba acá, me preguntó: ‘¿Y a ti que te pasa?’. Le dije: ‘Parece que mataron a ‘Rodrigo’”, recuerda.
El diario La Nación, entonces el órgano de prensa oficioso del régimen, publicó al otro día las verdaderas identidades de los frentistas asesinados.
El funeral fue en el Cementerio General. Asistieron muy pocas personas, no más de veinte: algunos familiares, compañeros de profesión de la madre de Valenzuela Levi –quien no alcanzó a viajar desde Suecia–, uno que otro amigo y Avelina con sus dos hijos. Alguien, una geóloga, habló. Avelina arrojó las flores y un puñado de tierra sobre el ataúd.
La médico cirujana esperó a que todos se retiraran. Cuando quedaron solos le dijo a su hijo menor, de tres años y medio: “La persona que está en esa caja es su papá. A su papá lo mataron”. El niño lloró largo rato.
Un mes después se enteró que su ex pareja, que tenía 29 años al momento de su muerte, había estado a cargo del atentado a Pinochet. Se lo reveló un amigo, para darle algo de consuelo. “Me dijo que él [Valenzuela Levi] estaba seguro que se iba a morir en esa emboscada, así que todo el tiempo que vivió después de eso fue como un regalo”. Exactamente un año, dos meses y 21 días.
Hoy, al intentar explicar la concatenación de hechos que los llevaron a ambos a encontrarse en Cuba, donde se transformaron en oficiales y se enamoraron, ella dice que todo estaba ligado a algo mucho más grande que los simples motivos e historias personales. “Vivíamos todos los días, todas las horas, pensando en volver a Chile, en cómo derrotar a la dictadura. Si la dictadura no hubiera existido nosotros no hubiéramos sido jamás militares. Había una tarea mayor. Ese era el objetivo, esa era la tarea, para eso estábamos. Yo quería ser siquiatra y terminé siendo cirujana militar ¿Por qué? Porque era necesario”.
Hay un error en la contabilización del tiempo: El atentado fue en Septiembre de 1986 y la operación Albania en Junio del 1987, pasaron 9 meses entre ambos episodios.